Antes de que me siga atrasando más, aquí les van los chismes de hace dos semanas.
Con motivo de la boda de nuestros queridos Karina y Alejandro (de Austin), la familia en pleno (abuelos incluidos) nos lanzamos a San Miguel de Allende. Fue un viaje relámpago, pero le sacamos mucho (y buen) jugo.
La salida de la ciudad el viernes fue de pesadilla, porque no hay otra manera de salir de la ciudad. Es imposible cruzar Polanco sin atorarse, imposible. Una vez que libramos ese atasque, el resto del camino fue bastante terso. Llegamos a nuestro bed & breakfast justo al caer la noche.
Cenamos muy rico junto a la plaza, e inmediatamente después nos dimos a la tarea de encontrar a la callejoneada pre-boda. No fue difícil, ya que la callejoneada resultó ser cuasi estática, aunque eso sí, con un enorme mariachi de acompañamiento. Mención especial para el burrito, que estaba adorable, peludo peludo. Cerramos con una chela en un hermoso balcón, y nos fuimos a colapsar.
El día siguiente fue el de paseo. Caminamos y caminamos por calles empedradas, primero con Leah y mis papás, y luego con los cuates. La parte de Leah fue particularmente ruda para mi y para mi papá porque la señorita se rehusaba a ir en los brazos de alguien más. Decidimos comer en un restaurant Thai de buen ver, y fue una gran idea, porque la cocinera resultó ser de Tailandia y la comida estuvo fabulosa. El pueblo es encantador, pero yo regresaría aunque sólo estuviera ese restaurant. Volvimos velozmente a cambiarnos para la boda y luego trepamos las escarpadas calles hasta la iglesia.
La ceremonia estuvo bonita y tranquila. Creo que ayudó el que los padres oficiantes eran tres tíos del novio. No tengo fotos de los novios porque se me olvidó llevar bolsa y Niv se rehusó a cargar con mi ceamara. La caminada a la recepción fue corta, pero no sencilla, para nada. El lugar de la fiesta fue el jardín de una casota fabulosa, a la que le acondicionaron varios espacios para cocktail, cena, baile y fogata con mariachis. La cena fue de las que me gustan, con pocos tiempos pero muuuuy ricos. El baile estuvo de lo más divertido, con una buena mezcla de éxitos de ayer, hoy y siempre. Lo que sí me impresionó fue la enorme cantidad de aditamentos que reparten en las bodas a estas alturas: gorros, pelucas, sombreros, máscaras de luchador, collares, pantuflas, más cualquier cantidad de objetos para hacer bulla. Terminamos, ya muy avanzada la noche, cantando con mariachis a la luz de una fogata. Entre la cantidad de alcohol ingerido y la calidad del terreno, es un milagro que andie se halla torcido un pierna por lo menos. Gran boda.
Al día siguiente amanecimos en medio de un clima gélido y lluvioso. Por esa razón ya no pudimos ver a nadie antes de tomar el camino de regreso. Fue un enorme placer ver a tantos amigos de tantos años, y hasta haber hecho amigos nuevos. Por supuesto, le deseamos muchos años de felicidad a los flamantes novios.
Anécdota extra: en esa semana Leah andaba muy clavada con eso de "mío" y "tuyo", así que agarraba cualquier cosa, se la apretaba al pecho, y declaraba "¡mío!". Mi padre, con su gran sentido del humor, decidió agarrar al adorado delfín Diódoro entre sus brazos, y declaralo "¡mío!". Leah quedó estupefacta por unos segundos, le salió un hilito de voz diciendo "¿¿Dodo??", y soltó el chillido... como diez minutos. Se regresó toooodo el camino al DF agarrando su delfín sin soltarlo, no fuera a ser. Abuesádico ataca de nuevo.
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El adorable burrito, Daniel y yo |
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Chula iglesia gótica |
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Leah aprovecha una fuente vacía |
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Sobre el abuelo |
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Nosotros elegantes, Leah no tanto |
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La enloquece el agua |
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En el parque |
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Feliz en el columpio |
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En la plaza |